Teoría I
LOS DIEZ LIBROS DE
ARQUITECTURA
Marco Lucio Vitrubio
Es
la Arquitectura una ciencia que debe ir acompañada de otros muchos
conocimientos y estudios, merced a los cuales juzga las obras de todas las artes
que con ella se relacionan. Esta ciencia se adquiere por la práctica y por la
teoría.
La
práctica es una continua. y repetida. aplicación del uso en la ejecución de
proyectos propuestos, realizada con las manos sobre la materia, correspondiente
a lo que se desea formar. La teoría, en cambio, es la que puede explicar y
demostrar de acuerdo con las leyes de la proporción y del razonamiento la
perfección de las obras ejecutadas.
Por
tanto, los arquitectos que sin teoría, y sólo con la práctica, se han
dedicado a la construcción, no han podido conseguir labrarse crédito alguno
con sus obras, como tampoco lograron otra cosa que una sombra, no la realidad
los que se apoyaron sólo en la teoría.
En
cambio, los pertrechados de ambas cosas, como soldados provistos de todas las
armas necesarias, han llegado más prestos y con mayor aplauso a sus fines.
Porque, como en todas las artes, muy especialmente en la Arquitectura hay dos términos:
lo significado y lo que significa. La cosa significada es aquella de
la que uno se propone tratar; y la significante es la demostración desarrollada
mediante principios científicos. De donde se deduce claramente que el que
quiera llamarse arquitecto debe conocer a la perfección
tanto una como otra; ya que la ciencia enciclopédica o universal es como
un cuerpo único compuesto por todos esos miembros.
De
ahí que aquellos que desde su tierna infancia se dedicaron a adquirir
conocimientos de las diferentes ciencias, aprenden éstas, y además,
reconocer sin dificultad la recíproca conexión de todas ellas, y por lo mismo
llegan con mayor facilidad al conocimiento de todas.
Por
esta razón, Picio, el famoso arquitecto del templo de Minerva en la ciudad de
Prietie, dejó dicho en sus comentarios que el arquitecto puede hacer en
cualquier arte o ciencia más que aquellos mismos que con su trabajo y su
inteligencia elevaron a la mayor gloria cada una de las ciencias en particular.
Sin embargo, esto no es, posible en la realidad; toda vez que el arquitecto no
puede ni debe ser tan gran gramático como lo fue Aristarco; pero tampoco debe
serle extraña esta ciencia. No puede ser un músico como Aristoscre, mas
tampoco un ignorante en cuestión de música; no es posible que sea un pintor
corno Apeles, pero de ningún modo un conocedor del dibujo; no ha de ser un
escultor como Mirón o Policleto, mas tampoco un ignorante de las reglas de la
Escultura, y finalmente no es posible que sea corno Hipócrates, pero tampoco
ha de estar totalmente ayuno de conocimientos de Medicina: en suma, no ha de ser
sobresaliente en (Odas las ciencias, pero al menos no ha de estar la obscuras en
ninguna, porque, dada la infinita variedad de ‘los’ conocimientos, no es
posible que haya alguien que logre sobresalir en todas ellas; pues difícilmente
entra en las posibilidades humanas llegar a conocer su teoría.
Y
no es precisamente que sean los arquitectos los que no puedan llegar a la
perfección en todas las cosas, sino que incluso, entre los que particularmente
se dedican a una sola de las artes, no todos consiguen llegar a merecer los
altos honores de la gloria.
Luego,
si en las ciencias particulares, no todos, sino apenas muy pocos artífices, en
cl curso de un siglo, han alcanzado lo sumo en su arte, ¿ cómo lo podrá
alcanzar un arquitecto que ha de ser perito y sabio en tantas? ¿Cómo ha de
producir extrañeza que el arquitecto ignore algo de ellas, ni mucho menos que
no supere a todos los que sobresalieron, cada cual en su ciencia, en la que
pusieron toda su atención y su trabajo?
Paréceme
por tanto que en esto se equivocó Picio, por no haber tenido en cuenta que cada
una de las artes se compone de dos partes: práctica y teoría; y que de éstas,
una es propia de los que hacen profesión de tal arte, y ésta es la práctica;
y que la otra, la teoría, es común a todos los doctos; de suerte que médicos
y músicos pueden conocer la teoría de la pulsación rítmica de las venas y
del movimiento acompasado1 de los pies; pero si fuere necesario
curar una herida, o sacar de un peligro a un enfermo, no se llamaría al músico,
sino que esto será oficio propio del médico; y al contrario, el músico, y no
el médico, será quien tocara un instrumento sonoro a fin de que produzca en
los oídos una grata armonía. Igualmente entre los astrólogos y músicos es
común el tratado respecto a la simpatía de los astros y de las sinfonías, y
de la concordancia por cuadrados y trinos en Astrología y las relaciones de
cuarta y de quinta en Música.
Muchas
cosas o casi todas son comunes a astrólogos y geómetras, en lo referente a la
visión, que los griegos llaman logos optikós. Y así en todas las demás
ciencias hay muchas cosas, o casi todas, que son comunes, pero sólo en teoría.
En cambio, en la práctica, las obras que se perfeccionan con las manos y que
con el trabajo alcanzan prestancias, son del dominio de quienes se han
dedicado particularmente a un arte único, con miras a especializarse en su
ejecución. Por lo tanto habrá hecho suficiente aquel que de cada disciplina
sepa medianamente la distribución de las partes y el método, y muy
especialmente de aquellas que son imprescindibles a la Arquitectura, a fin de
que, si fuere preciso juzgar y apreciar algo perteneciente a estas artes, no le
falte al arquitecto ciencia para ello.
Ahora
bien, aquellos que hayan recibido de la Naturaleza tanto talento, tanta
perspicacia y memoria, que puedan aprender’ bien la Geometría, la Astrología,
la Música y las demás ciencias, sobrepasarán las condiciones requeridas en un
arquitecto, vienen a convertirse en matemáticos y pueden por eso mismo discutir
con más facilidad respecto de estas ciencias, porque están provistos de mayor
número de conocimientos. Sin embargo, estos genios son raros, aunque se citan
algunos como, en otra época, Aristarco de Samos, Filelao y Arquitas. Tarentinos
Apolonio de Perga, Eratóstenes de Cirene, Arquímedes y Scopinas de Siracura;
los cuales dejaron a la posteridad muchos descubrimientos en la mecánica y en
la Gnómica el conocimiento que tenían
de los números y de las leyes naturales. Siendo así que la Naturaleza
ha otorgado estos talentos no a todos, sino a muy pocos y en muy pequeño numero
de países, y en cambio la profesión del arquitecto requiere el ejercicio de
todas las ciencias, la razón permite que, dada la amplitud inmensa de las
cosas, se tenga de aquellas no unos conocimientos perfectos como sería preciso,
sino unos mediocres de cada una. Así, ¡oh, César! ,yo suplico a ti y a
cuantos mi libro leyeren, que si algo no está explicado con arreglo a las leyes
del bien decir (de la Gramática), que me sea perdonado, toda vez que no soy ni
un gran filosofo ni un elocuente orador ni un excelente gramático, sino un
modesto arquitecto, que ha puesto su empeño en escribir de estas materias que
no le son extrañas. Pero, en cuanto a las posibilidades de este arte, todas las
teorías que en él están incluidas, puedo asegurar con cierta confianza que
no sólo cuantos se dedican a la construcción encontrarán en estos libros las
instrucciones necesarias, sino que incluso los doctos podrán hallar en ellos
doctrinas que les satisfagan en el estudio, de esta ciencia.
La
Arquitectura se compone de orden, que los ,griegos llaman; de disposición, a la
que dan el nombre de diatesis de
euritmia o proporción (simetría, decoro) y de distribución
que en griego se dice oikonomia.
La
ordenación (el orden), es lo que da a todas las partes de una construcción su
magnitud justa con relación a su uso, ya se la considere separadamente, ya con
relación a la proporción o la simetría. Esta ordenación está regulada por
la cantidad, que los griegos denominaron palotes. Por tanto, la cantidad es la
conveniente distribución de los módulos adoptados como unidades de medida para
toda la obra y para cada una de sus partes separadas.
La
disposición es el arreglo conveniente de todas las partes, de suerte que,
colocadas según la calidad de cada una, formen un conjunto elegante. Las
especies de disposición, llamadas en griego, «ideas», son el trazado en
planta, en alzado y en perspectiva (lchnografia, Ortografía y Escenografía).
La planta (lchnografia) es un dibujo en pequeño, hecho a escala determinada
con compás y regla, que ha de servir luego para el trazado de la planta sobre
el terreno que ocupará el edificio. El alzado (Ortografía) es una representación
en pequeño y un dibujo ligeramente colorado, de la fachada y de su figura por
elevación, con las correspondientes medidas, de la obra futura. La perspectiva
(Escenografía) es el dibujo sombreado no sólo de la fachada, sino de una de
las partes laterales del edilicio, por el concurso de todas las líneas visuales
en un punto.
Estas
tres partes nacen de la meditación y de la invención. La meditación de la
obra propuesta es un esfuerzo intelectual, reflexivo, atento y vigilante, que
aspira al placer de conseguir una feliz éxito. La invención es el efecto de
este esfuerzo mental, que da solución a problemas obscuros y la razón de la
cosa nueva encontrada. Estas son las partes de la disposición.
La
euritmia es bello y grato aspecto que resulta de la disposición de todas las
partes de la obra, como consecuencia de la correspondencia entre la altura y la
anchura y de éstas con la longitud, de modo que el conjunto tenga Las
proporciones debidas.
La
simetría o proporción es una concordancia uniforme entre la obra entera y sus
miembros, y una correspondencia de cada una de ¡as partes separadamente con
toda la obra. Porque así como en el cuerpo humano hay urna proporción y una
simetría entre el codo, el pie, la palma de la mano, el dedo y las restantes
partes, ocurre igual en toda construcción perfecta. Y así primeramente, en
los templos, el diámetro de las Columnas o del módulo del. triglifo, y en
las ballestas del orificio, que los griegos llaman peritreton y en las naves del
interscalmo, que se denomina dípechaice, podemos formarnos un juicio de la
magnitud de la obra y la razón de la simetría, así en todas las demás obras,
por el examen de alguna de sus partes se halla la de la simetría El decoro es
el aspecto correcto de la obra, que resulta de la perfecta adecuación del
edificio en el que no haya nada que no esté fundado en alguna razón. Para
conseguir esto hay que atender al rito o estatuto, que en griego se dice
thematismos o por la costumbre, o por la naturaleza de los lugares. Mediante
el rito o estatuto se han de hacer los templos para Júpiter Tonante, para el.
Cielo, para el Sol y para la Luna, en descampado y sin techo, precisamente
porque estas divinidades se nos aparecen más claramente en pleno día y en
toda la extensión del Universo.
A
Minerva, a Marte y a Hercules se les harán templos dóricos; porque a estos
dioses, la razón de su fortaleza, les corresponden edificios sin la delicadeza
de los otros órdenes. En cambio, a Venus, Flora, Proserpina y a las Náyades,
les son apropiados edificios del orden corintio; porque a estas divinidades
parece que les corresponden obras delicadas y adornadas con flores, hojas y
volutas, que añaden belleza a la propia de esas deidades.
Para
los templos de Juno, de Diana, del Padre Baco y de otros dioses semejantes se
seguirá un procedimiento intermedio, construyendo sus templos del orden jónico,
porque el carácter de. estas divinidades concuerda más con la severidad y
solidez dóricas que con la delicadeza corintia.
El
decoro, en relación con las costumbres, reclama que a un edificio magnífico en
el interior, se le adapten vestíbulos elegantes, apropiados a su riqueza, pues
si los interiores gozasen de elegancia y belleza, y en cambio sus entradas
fuesen pobres y mezquinas, vi edificio no habría. sido tratado con lo que exige
el verdadero decoro. Asimismo, si se esculpiesen dentículos en las cornisas
siendo los arquitrabes dóricos, o si sobre los capiteles y columnas jónicos
se entallasen triglifos en las cornisas, transfiriendo así cosas propias de un
orden a otro, en estos casos se ofendería la vista, porque cada estilo tiene
sus propias leyes ya por antigua costumbre.
Ahora
bien, el decoro natural requiere para emplazamiento de cualquier templo la
elección de los parajes más saludables y donde ‘haya fuentes de aguas
abundantes. Y esta precaución habrá de tenerse en cuenta muy especialmente
en los templos dedicados a Esculapio, a la Salud o a otras divinidades por cuya
intervención muchos enfermos parecen haber sanado. Esto es porque cuando se
trasladan cuerpos enfermos de un lugar infecto a otro salubre y se hace que
utilicen aguas puras, se restablecerán más pronto, y ocurrirá que la
divinidad acrecerá su crédito, porque el pueblo atribuirá a estas divinidades
curaciones debidas a las naturales condiciones del lugar.
Está
también de acuerdo con el decoro natural al dar luz de Oriente a los
dormitorios y bibliotecas, orientando en cambio las salas de baño y las
estancias de invierno al Poniente invernal; así como los demás lugares que
requieren una luz siempre igual, el que reciban ésta del Septentrión, porque
esta parte del cielo ni se obscurece ni se esclarece con el curso del Sol, sino
que permanece todo el día constante e inmutable.
La
distribución consiste en el debido y mejor uso posible de los materiales y de
los terrenos, y en procurar el menor coste de la obra conseguido de un modo
racional y ponderado. Por esto el primer cuidado del arquitecto deberá ser no
empeñarse en empicar cosas que no pueden obtenerse o no se pueden acopiar sino
a costa de crecidos gastos. Por ejemplo, no en todos los países se encuentra
arena de cantera, ni piedra, ni abundantes abetos, ni madera limpia de nudos, ni
mármoles, sino que unos sitios se encuentran unas cosas y en otros otras, y el
Conseguirlas todas sólo se lograría con dificultades y grandes dispendios por
lo tanto, cuando faltase arena de cantera, habrá que utilizar la de río o de mar; pero ésta después de lavada. La carencia de abetos o
de maderas limpias se remediará usando cipreses, hayas, olmos o pinos, etc., y
de una manera semejante se procederá en todo lo demás. Pero respecto de esto,
daremos más adelante las explicaciones oportunas y necesarias.
Otra
especie de distribución es aquella que dispone de diferente manera los
edificios, según los diversos usos a que los dueños los destinan y de acuerdo
con la cantidad de dinero que se quiere emplear en ellos o que exige la dignidad
de las personas. También es preciso distribuir de modo muy distinto las casas
de la ciudad que las granjas donde se recogen las cosechas de las heredades rústicas,
y de manera muy distinta las viviendas de los negociantes de las moradas de los
ricos y refinados; así como las de los personajes adscritos a las funciones del
gobierno de la República. En una palabra, será preciso adaptar adecuadamente
los edificios tu las necesidades y a las diferentes condiciones de las
personas que han de habitarlos.
Las
partes de la Arquitectura son tres : Construcción, Gnómica y Mecánica.
A
su vez la Construcción se divide en dos: una tiene por objeto la edificación
de murallas y edificios públicos; la otra, la de las casas particulares En las
obras públicas hay que atender a tres finalidades : a la defensa a la religión
y a la comodidad del pueblo. Las obras hechas para la defensa y seguridad de las
ciudades, como son las murallas, las torres y las puertas, han de ser pensadas
de manera que resulten a propósito para resistir los asaltos de los enemigos.
Se
refiere a la religión la erección de templos y toda clase de edificios
sagrados en honor de los dioses inmortales. A la comodidad del pueblo se
atiende en la disposición de todos aquellos lugares que han de servir para usos
públicos, cuales son los puertos, las plazas, los pórticos, los baños, los
teatros, los paseos y otros lugares semejantes que por los mismos motivos se
destinan a, parajes públicos; se busca en solidez, utilidad y belleza. La
primera depende de la firmeza de los cimientos, asentados sobre terreno firme,
sin escatimar gastos y sin regatear avaramente los mejores materiales que se
pueden elegir. La utilidad resulta de la exacta distribución de los miembros
edificio, de modo que nada impida su uso, antes bien cada cosa este colocada
en el sitio debido y tenga todo lo que le sea propio y necesario. Finalmente, la
belleza en un edificio depende de que su aspecto sea agradable y de buen gusto
por la debida proporción de todas sus partes.
Antes
de echar los cimientos de las murallas de una ciudad habrá de escogerse un
lugar de aires sanísimos. Este lugar habrá de ser alto, de temperatura
templada, no expuesto a las brumas ni a las heladas, ni al calor ni al frío:
estará además alejado de lugares pantanosos, para evitar que las exhalaciones
de los animales palustres, mezcladas con las nieblas que al salir el Sol surgen
de aquellos parajes, vicien el aire y difundan sus efluvios nocivos en los
cuerpos de los habitantes y hagan por tanto infecto y pestilente el lugar.
tampoco seria sanos los lugares cuyas murallas se asentaren junto al ruar,
mirando a Mediodía o a Occidente, porque en estos sitios el Sol, en verano,
tiene mucha fuerza desde que nace, y al mediodía resulta abrasador; y en los
expuestos a Occidente, el aire es muy cálido a la puesta del Sol. Y estos
cambios repentinos de calor y frío
alteran salud de los seres que a ellos están expuestos. Esto se puede
observar aún en las cosas inhanimadas, pues en las bodegas no se abren luces ni
a Mediodía ni a Poniente, sino más bien al Norte; porque esta parte del cielo
en ninguna estación esta sujeta a cambios, sino que se mantiene siempre
uniforme. Por eso mismo, en los graneros orientados según el curso del Sol,
se deterioran los granos; y aquellos frutos que se ponen a recaudo en lugares
opuestos a su curso, no se conservan largo tiempo porque el calor va robando
consistencia a las cosas, secando con su cálida irradiación sus virtudes
naturales, las corrompe y las hace blandas y flojas. Esto mismo podemos observar
incluso en el hierro, que si bien por su naturaleza es duro, puesto al rojo en
las fraguas merced a la violencia del fuego, se hace de al modo maleable que se.
le moldea fácilmente hasta hacerlo adoptar cualquier forma; pero si cuando está
blando y candente, se le sumerge en agua fija, se endurece de nuevo y recobra la
totalidad de sus antiguas propiedades.
Se
puede ver, pues, que esto es así por el hecho de que en verano no sólo en los
lugares pestilentes, sino también en los saludables, todos los cuerpos,
debido al calor, se hacen blandos; y en cambio, durante el invierno, aun las
mismas regiones insalubres se tornan salubres, porque. el frío las fortalece y
hace que se vuelvan más firmes.
No
otra cosa ocurre con los habitantes que se trasladan de lugares fríos a cálidos;
sus cuerpos no pueden conservar bienestar y firmeza, sino que enferman; por’el
contrario, los que de regiones cálidas se trasladan a lugares fríos, en vez de
padecer en su salud por la variación del lugar, se encuentran mucho mejor.
Por
todo lo cual, al asentar las murallas, es preciso tener en Cuenta estas
consideraciones y evitar aquellas regiones en las que reinen vientos cálidos,
porque todos los cuerpos están compuestos de los elementos que los griegos
llaman stoikeia y que son el fuego, cl agua, la tierra y el aire, de cuya varia
combinación resulta un temperamento natural que forma generalmente las diversas
cualidades de los animales terrestres.
Por
lo tanto, en aquellos cuerpos en que sobreabunda el fuego, éste, con su calor,
inmota y destempla los demás elementos. Estos mismos perjuicios acarrean a los
cuerpos el Sol, que penetra en ellos cuando se asienta en las venas que están
abiertas, por los poros de la piel, con más calor del que es necesario para la
temperatura natural del animal. De la misma forma, si en las venas se asienta el
agua, cambia la proporción que debe haber con los otros elementos y hace
perder su fuerza a las otras cualidades, que se gastan y diluyen. Además, también
padecen los cuerpos por cl aire y los vientos fríos y húmedos. Finalmente,
cuando llega a predominar el elemento tierra, se destruye igualmente el
equilibrio necesario en los cuerpos, aumentando o disminuyendo sus otras
cualidades naturales, cosa que ocurre cuando se tornan demasiados alimentos sólidos
o cuando se respira un aire en exceso viciado.
Para
poderse dar uno mejor cuenta por sus propios ojos, de la diferencia de
temperamentos, hay que observar y examinar la naturaleza de los animales
terrestres, de las aves y de los peces y compararlas en su conjunto, porque su
composición difiere completamente. Las aves tienen poco de tierra, menos de
agua, algo de fuego y mucho de aire; por eso, como compuestos de elementos
ligeros, se elevan y se mantienen con mayor facilidad en el aire; los peces, por
estar compuestos de poco fuego, mucho aire y tierra y poquísima agua, se
conservan más fácilmente en ésta cuanto menos participan de ella, y así
pierden la vida cuando se les saca de su elemento.
Al
contrario, los animales terrestres, como entre sus elementos figuran sobre todo
el aire y el fuego, poco la tierra y mucho el agua, y porque prevalecen en ellos
los elementos húmedos, no pueden conservar su vida durante mucho tiempo en el
agua.
Por tanto, si las cosas parecen ser así, como hemos dicho, y mediante
nuestros sentidos nos aseguramos que los cuerpos de los animales están
compuestos de estos principios y cualidades, y, como hemos visto, estos animales
enferman y aún mueren o por el
exceso o por el defecto de tales principios, no hay duda que es necesario poner
la máxima diligencia en la elección de los lugares más sanos; y que lo
primero que habrá que buscar, al edificar una ciudad sera un lugar saludable
:Por eso creo que deben tenerse
siempre muy presentes las normas de los antiguos. Estos comenzaban por inmolar
para sus sacrificios, reses que hubieran apacentado en los lugares donde querían
fundar una ciudad o levantar unos campamentos de invierno ; y examinaban sus hígados;
si en las primeras los encontraban cardenos y dañados, inmolaban otras, para
asegurarse de si era efecto de enfermedad o de los pastos. Luego o. cuando por
la observación de, muchas reses se habían cerciorado de la sanidad y buen
estado de los hígados, efecto de las buenas aguas y de los buenos pastos,
asentaban allí sus guarniciones ; pero si los hallaban viciados, inferían que
también los órganos de los cuerpos humanos vendrían a enfermar con el uso de
las aguas y de los alimentos de aquellos parajes, y así pasaban> adelante y
cambiaban de país, buscando siempre en todos los lugares la salubridad.
Para
demostrar que por los pastos y los alimentos se pueden conocer las propiedades
sanas de cualquier lugar de la tierra, no hay más que comparar las dos
regiones que hay en la campiña de Creta, cerca del río Poero, que
discurre por entre las dos ciudades
de Gnoso y de Cortina. A derecha e izquierda del río pastan ganados; de éstos,
los que pastan cerca de Gnoso padecen del bazo; los que pacen del otro lado,
cerca de Cortina, están sanos., Por ende buscando los médicos la razón de
ello encontraron en aquellos parajes una hierba que tiene la virtud de
disminuir el bazo de los animales que la comen; y así, recogiéndola ellos,
sanan a los esplénicos con este medicamento, que los cretenses, por eso mismo,
llaman asplenon. De donde se colige por las propiedades del agua y de los pastos
de los lugares, si éstos son malsanos o saludables. Sin embargo, no siempre hay
que pensar que las ciudades edificadas en terrenos pantanosos junto al mar han
sido mal emplazadas. si se da el caso de que los tales pantanos miren al Septentrión
o estén entre el Septenio y el Levante, y sobre todo si estos pantanos
estuvieren a mayor nivel que el mar, porque en tales circunstancias es fácil,
mediante acequias, derivar el agua hasta el ruar; y por añadidura, merced a las
marcas altas, entra el mar y las lagunas, y al mezclarse el agua salada con la
dulce, evita que se críen allí animales lacustres de ninguna especie, y logra
que los que bajasen nadando de los lugares más altos de las lagunas a la playa
mueran presto, por efecto de la falta de costumbre de vivir en agua salada.
Buena prueba de esto son las lagunas Gálicas , que están en los alrededores de Altino, Ravena, Aquileya y otros
municipios, en cuyas proximidades hay terrenos lacustres y que, sin embargo,
gozan de notable salubridad.
En
cambio, cuando las lagunas son bajas, sus aguas, por no tener salida ni por ríos
ni por acequias. como sucede en las Pontinas, se embalsan, se estancan y se
corrompen y exhalan hálitos pestilentes e insanos.
También
en la Apulia hubo tina ciudad llamada Salpia la Antigua, cuya fundación se
atribuía a Diómedes a su regreso de Troya o, como otros escribieron, fundada
por Elfias de Rodas que estuvo asentada en un lugar pantanoso por eso sus
habitantes, que se veían todos los años aquejados de graves enfermedades
recurrieron finalmente a Marco Hostilio,
al cual pidieron, y de
él obtuvieron que les buscara y eligiese un lugar apropiado para
trasladar sus hogares. Este, sin demora y asesorado doctísimamente, compro un
lugar sano, junto a las riberas del mar, una heredad, y solicitó del Senado y del
pueblo romano que le permitiesen transferir allí la ciudad: marcó las
murallas, y repartió el terreno entre los ciudadanos, haciendo pagar a cada uno
de sus habitantes solamente un sestercio por cada casa. Hecho esto, abrió las
comunicaciones del lago. Con el mar y formó con el lago un excelente puerto
para la nueva ciudad. Así, ahora los salapinos, sin estar mas lejos de cuatro
millas de su antigua ciudad, habitan un lugar sano.
Después
de que se haya conseguido, siguiendo estas normas, en lugar saludable para
asentar la ciudad, lo suficientemente fértil para alimentar a la población y
dotado de caminos apropiados o de las ventajas de ríos o de puertos que
faciliten el tráfico por mar, entonces se procederá a echar los cimientos de
las torres y murallas, lo que se hará de esta manera: se cavará hasta hallar
terreno firme, si es posible encontrarlo, ahondando en él cuanto se crea necesario
y en proporción a la grandeza de la construcción, pero dando a los cimientos
un espesor mayor que el de las paredes que se alzarán sobre ellos, y se irá
rellenando el hueco de una manera muy compacta y con piedra lo más dura
posible. Las torres deberán
proyectarse de manera que sobresalgan de los muros, a fin de que, si alguna vez
los enemigos quisieran acercarse a ellos, para asaltarlos, se vean atacados con
intensidad e ímpetu por la derecha y por la izquierda, desde las saeteras
laterales de las torres, Sobre todo deberá cuidarse mucho de hacer difíciles
todo lo posible los asaltos enemigos mediante lo arduo del acceso a las
murallas, rodeándolas de fosos y haciendo que los sitios de paso a las puertas
no sean rectos, sino dirigidos a la izquierda, porque así los agresores ofrecerán
a los que están en la muralla el costado derecho, que es el que no está
protegido por el escudo.
La forma de una plaza fuerte no debe ser ni
cuadrada no de ángulos agudos, sino circular, para que el enemigo pueda ser
divisado desde diversos puntos, pues en aquellas ciudades en las que los muros
forman ángulos agudos resulta difícil la defensa, por la razón de que el ángulo
favorece más al enemigo que al ciudadano. La anchura de la muralla, a mi
juicio, debe ser tal que si se cruzasen dos hombres armados puedan ambos pasar
sin que el uno moleste al otro. En el espesor de la muralla, en su totalidad,
deben empotrarse estacas de olivo tostadas, entrelazadas lo más estrechamente
posible, de modo que los frentes del muro, trabados por estos maderos como con
garfios, adquieran una solidez indestructible; porque a esta clase de madera
así preparada no pueden perjudicarle ni la intemperie ni la carcoma ni los años,
‘y es más, ni. hundida en tierra ni metida en agua se descompone, sino que
permanece indefinidamente útil sin estropearse. Por eso no sólo las
murallas, sino también los cimientos y cualesquiera paredes de mucho espesor
deben trabarse de la misma manera, y así no se viciarán tan pronto.
Las
distancias entre las torres se han de fijar de manera que no estén separadas
una de otra más de un tiro de saeta, con el fin de que, si una de ellas fuera
atacada por el enemigo, éste pueda ser rechazado por las torres que estén a
la derecha y a la izquierda, mediante escorpiones y catapultas y toda otra
clase de armas arrojadizas. Igualmente, el muro de las torres, por la parte
interior, debe estar dividido en espacios tan anchos como las torres mismas y
los pasos interiores han de estar. cortados por unas vigas atravesadas en el
muro, pero no clavadas, a fin de que si los enemigos ganasen alguna parte de la
muralla, los defensores estén en condiciones de cortarles el paso, y si lo
hacen rápidamente, impedirán que penetren en las otras partes de las murallas
y de las torres, a no ser precipitándose de arriba abajo. Han de construirse en
forma circular o ,poligonal, pues las cuadradas son fácilmente destruidas por
las maquinas, porque los arietes, Con sus golpes, rompen fácilmente sus ángulos;
en cambio, en las de forma redonda las piedras labradas como cuñas, resisten
mejor los golpes, que no hacen otra cosa que apretarlas hacia cl centro cada vez
mas.
Además,
las fortificaciones de las murallas y de las torres, son más seguras si se les
añaden terraplenes; porque así no pueden perjudicarles ni las minas ni los
arietes ni otras máquinas. Sin embargo, no se debe construir esta clase de
terraplenes en cualquier lugar, sino sólo en el caso de que los asaltantes
tengan fuera, en el campo, muy cerca de la muralla, alguna eminencia, desde
donde a pie llano pudieran llegar a atacar los muros.
En
este caso se deben hacer primero fosos profundos y anchos, cuanto sea posible,
ahondar los cimientos de la muralla hasta el fondo de los fosos y dar a la
muralla un espesor suficiente para que pueda aguantar sin dificultad el empuje
del terraplén.
En
la parte de dentro se construirá otro cimiento muy distante del exterior, con
una amplitud lo suficiente ancha para que puedan formarse sobre él en orden de
batalla las tropas que hayan de defender la ciudad.
Construidos
ambos cimientos a la distancia que hemos dicho, se alzarán otros que vayan del
muro exterior al muro interior, y dispuestos en forma de peine, o como dientes
de una sierra, y con las puntas hacia fuera. Gracias a este medio, el gran peso
del terreno, por estar repartido en pequeñas porciones y no cargando todo su
peso sobre la construcción, no podrá de ningún modo reventar la estructura
de la muralla.
Respecto
a los materiales con que se pueden edificar las murallas, no es posible dar nada
como definitivo, toda vez que no en todas partes puede disponerse a voluntad de
los materiales que se deseen; y por tanto, según dónde se esté, es preciso
adoptar o piedras labradas o grandes guijarros, o piedra de mampostería, o
ladrillos cocidos, o adobes; porque no todos los lugares pueden tener, como en
Babilonia, las murallas hechas con ladrillos cocidos, y disponer para mortero
de abundante betún líquido en lugar de cal y arena; pero sí puede haber en
cada país tantos materiales semejantes, que sea posible hacer muros perfectos,
duraderos y sin ningún defecto.
CAPÍTULO
VI
De la división y distribución de las obra dentro de las murallas
Una
vez acabado el recinto amurallado, resta por hacer
la distribución del área o solar en el interior, y las adecuadas vías
de acceso a las plazas, las calles y los callejones, conforme a la región del
ciclo que sea más ventajosa. Será acertada la disposición si prudentemente se
procura evitar que enfilen directamente con las calles los vientos; los cuales,
si son fríos, molestan; si cálidos, viciar; si húmedos, dañan.
Se
debe, pues, huir de tales inconvenientes, y tener cuidado de que no suceda lo
que suele acontecer en muchas ciudades, y entre éstas especialmente en la
ciudad de Mitilene, en la isla de Lesbos, construida con magnificencia y
belleza, pero emplazada con poca previsión, pues en ella cuando sopla el viento
del Mediodía, que es el austro, las personas enferman; y cuando el gallego o
coro, tosen cuando la tramontana, se restablecen; pero éste es tan trío, que
cuando sopla es imposible estar en calles y plazas.
El
viento no es otra cosa que una ola de aire, que corre con una fuerza variable y
que se produce cuando el calor, actuando sobre la humedad, absorbe por su acción
violenta tina gran cantidad de aire nuevo, que empuja al otro con impetuosidad.
Y que cato, es verdad puede corregirse de los vasos llamados eolípidas, porque
con el auxilio de ingeniosas invenciones podemos inferir las verdaderas causas
de las arcanas operaciones de la Naturaleza.
Son
las colípilas tonas esferas de bronce, huecas, provistas de un tubo de boca
muy estrecha, por el cual se las llena de agua; cuando se los sainete a la acción
del fuego, se observa que antes de calentarse no despiden aire alguno; pero tan
pronto como el agua ha empezado a hervir, despiden un vapor impetuoso. De esta
manera, mediante este pequeño y breve experimento, se puede saber y juzgar las
grandes e incomprensibles operaciones
de La Naturaleza en orden a los vientos.
Luego,
si hay posibilidad de establecerse al abrigo de los vientos, no solo será
saludable el lugar para los cuerpos sanos, sino también en el caso que se
produzca dolencias por causas que otros lugares sanos se curan con ayuda
de medicinas apropiadas, en éstos se curarán más pronto merced a la
buena temperatura que resulta del hecho de estar el lugar al abrigo de los
vientos. Las enfermedades que difícilmente las poblaciones antes citadas son
catarro gota, tos, pleuritis, derrames sanguíneos y en suma, todas aquellos
que se curan no debilitando los cuerpos, sino fortificándolos. Estos males se
curan difícilmente, primero, porque se originan por el frío; después,
porque una vez debilitadas las fuerzas del paciente por la prolongación de mal,
el aire agitado por el viento siempre debilita más, va agorando el jugo de los
cuerpos enfermos y termina por contagiar. Al contrario, el aire suave y denso,
que no padece frecuentes flujos y reflujos, sino que permanece en calma en un
tranquilo reposo, comunica a los cuerpos calor sano, lo nutre y hasta restablece
a los que están afectados por los susodichos males.
Algunos
han sostenido que los vientos no son más que cuatro: el Levante o Solano, que
sopla del Oriente equinoccial; el Austro, que sopla del Mediodía; el Pavonio
del Occidente equinoccial o Poniente; y la Tramontana del Septentrión.
Otros,
con más exactitud, han dicho que eran ocho, y entre ellos especialmente Andrónico
Cirrestres que, como demostración, levantó en Atenas una torre octagonal de mármol
y en cada tino de sus lados hizo esculpir la imagen de cada viento de cara hacia
donde sopla; sobre esta torre, rematada por una pirámide también de mármol, y
en su cima colocó el Tritón de bronce que en su mano derecha extendida tenía
una varita y estaba dispuesto de modo que, al girar este Tritón a impulso del
viento que soplara, la varita viniese a caer sobre la imagen del viento que
reinaba.
Los
otros cuatro vientos, colocados entre los que loemos ya señalado, son, entre el
Solano y el Austro, por el Oriente invernal, el Euro; entre cl Austro y el
Favortio, al Occidente invernal, el Abrego; entre el Favonio y cl Septentrión,
el Cauto, que muchos llaman Coro; y entre el Septenrión y cl Solano, el Aquilón.
De
esta manera parece haber demostrado el número y los nombres de cada
viento y los lugares de donde sopla cada nimio.
Sabido
esto, para determinar los puntos y las direcciones de donde provienen los
vientos, se procederá de este modo: se sitúa en el centro (le la ciudad una
losa horizontal de mármol, perfectamente nivelada, o se aplana y se nivela
simplemente un lugar de modo que no sea precisa la losa horizontal. En el punto
central de este sitio se instala tiro gnomon de bronce, que sirve para marcar la
sombra del Sol, y que se llama en griego .tkiateras : se toma y se marca con un
punto la sombra que el gnomon señala unas cinco horas antes de mediodía, y
poniendo una punta del compás en el centro, se traza una circunferencia. Se
observará igualmente después de mediodía la sombra de este gnomon, que va
creciendo, y cuando tocare la línea de la circunferencia y haya hecho por la
tarde una sombra igual a la de’la mañana, se marcará este segundo punto.
Tomando como centro estos dos puntos, se trazan con el compás dos circulos que
se corten, y por la intersección y el punto central se traza una línea que
indicará la dirección del Mediodía y del Septentrión: hecho esto, se tomará
la de cincosexta parte de toda la
circunferencia, se colocará una punta del compás sobre la línea mediana, allí
donde toca, a la circunferencia, se harán sobre ésta marcas o divisiones de decimosextas
partes a derecha e izquierda, tanto en la parte meridional corno en la
septentrional, y entonces, desde estos cuatro puntos y pasando por el punto
central, procediendo por intersecciones se deben tirar unas líticas de un
extremo al otro de lo circunferencia y con ello se habrá obtenido una octava
parte para cl Austro y otra para el Septentrión. Las otras
octavas partes, tres a la derecha y tres a la izquierda, se deben
distribuir en toda la circunferencia para formar ocho espacios iguales para los
ocho vientos en la figura.
Entonces,
siguiendo los ángulos interiores entre dos direcciones de los vientos, parece
que deben orientarse los trazados tanto de las plazas públicas como de las
calles, de manera que con esta disposición, se alejara de las viviendas y las
calles, de manera que con esta disposición se alejará de las viviendas y de
las calles la molesta violencia de los vientos. Pues, en efecto, si las calles
estuvieren trazadas en la dirección de los vientos, entrando estos directamente
del espacio abierto del ido, su soplo e ímpetu constantes, comprimidos en los
angostos de las calles estrechas, se difundirían con mayor violencia. Las
calles, pues, deben estar orientadas en sentido opuesto a la dirección de los
vientos, a fin de que cuando soplen se quiebren en los ángulos formados por las
manzanas de las casas, y, rebatidos, se dispersen.
Quizá
los que conocen numerosos nombres de vientos se admiren mucho de que nosotros
nos hayamos reducido a citar sólo ocho. Pero si reflexionan que la
circunferencia de la Tierra, según el curso del Sol, y las sombras del gnoman
equinoccial, según la inclinación de la esfera celeste. Eratóstenes de Cirene
hallé, mediante cálculos matemáticos y métodos geométricos, que esta
circunferencia de doscientos cincuenta y dos mil estadios, que hacen treinta y
un millones quinientos mil pasos, y que la octava parte de esta sunna, que es cl
espacio que parece ocupa un viento, no es menos de tres millones novecientos
treinta y siete mil quinientos pasos, no deberán. digo, maravillarse de que un
solo viento que circula soplando por tan amplio espacio produzca con sus
declinaciones y retrocesos frecuentes variaciones en su curso.
Así
el Viento Austro tiene por la derecha y la izquierda al Leuconoto y al Airaron;
a derecha e izquierda del Abrigo, el Libono y cl .Subvéspero; por una y otra
parte del Favonio, el Argestes, y en determinadas épocas los Erenios; a los
Ludos del Ouoro están el Circias y el Coro ; a tiria y otra parte del Septentrión,
el Tracias y el Gálico; a derecha e izquierda del Aquilón están el Supernas y
el Cecias; de un lado y de otro del Solano, cl Carbas, y en determinadas épocas
soplan los Ornitia; y por último, en los confines del Euro, que ocupa el
centro, están el Eurocircias y el Volturno. Hay además otros muchos nombres de
vientos, tomados de las regiones de donde soplan, o de los ríos, o de los montes procelosos de
donde provienen, y a ellos pueden añadirse
las brisas ¡matinales que emergen excitadas por los rayos con que el
Sol, al levantarse, absorbe la humedad que la noche ha dejado en el aire.
Proceden ordinariamente estos Vientos, cuando son persistentes después del
nacimiento del Sol, del lado del viento Euro, al que los griegos bautizaron con
tal nombre porque, al parecer, era como engendrado por las auras matutinas,
por eso denominaron también Aurión
al día de la mañana siguiente.
Ahora
bien, hay quienes niegan que Erastostenes haya podido averiguar la verdadera
medida del Orbe terráqueo; pero, sea o no sea exacta su suputación ello no
impide que nuestra división de las regiones de donde soplan los vientos sea
buena; y siendo, pues, así, resultará únicamente que los vientos tiene cada
uno campos más o menos extensos en los que soplan los unos más impetuosamente
que los otros.
Pero
como todas estas Cuestiones han sido explicadas sumariamente, he creído
necesario, para hacerlas más fácilmente inteligibles, incluir al final de este
libro dos figuras o cuino dicen los griegos dos schema, una trazada de modo
que haga resaltar Precisamente las regiones de donde se inician los vientos y la
segunda para indicar la manera como deben ser trazadas las calles y callejones a
fin de evitar las corrientes perjudiciales de los vientos. Tengamos, pues, en
una superficie plana y bien nivelada: un centro CII que pondremos la letra A; y
torta sombra matinal del gnomnon antes de mediodía, que marcaremos con la
letra 13; de dicho centro A, ábrase el compás hasta el extremo de la sombra
13, desde donde se trazará una circunferencia; volviendo a colocar el gnomon en
el centro.
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