Teoría I

LOS DIEZ LIBROS DE ARQUITECTURA
Marco Lucio Vitrubio 

LIBRO PRIMERO 

CAPITULO PRIMERO
Qué es Arquitectura y que  cosas deben saber los arquitectos

 

Es la Arquitectura una ciencia que debe ir acompañada de otros muchos conocimientos y estudios, merced a los cuales juzga las obras de todas las artes que con ella se relacionan. Esta ciencia se adquiere por la práctica y por la teoría. 

La práctica es una continua. y repetida. aplicación del uso en la ejecución de proyectos propuestos, realizada con las manos sobre la materia, correspondiente a lo que se desea formar. La teoría, en cambio, es la que puede explicar y demostrar de acuerdo con las leyes de la proporción y del razonamiento la perfección de las obras ejecutadas. 

Por tanto, los arquitectos que sin teoría, y sólo con la práctica, se han dedicado a la construcción, no han podido conseguir labrarse crédito alguno con sus obras, como tam­poco lograron otra cosa que una sombra, no la realidad los que se apoyaron sólo en la teoría. 

En cambio, los pertrechados de ambas cosas, como sol­dados provistos de todas las armas necesarias, han llegado más prestos y con mayor aplauso a sus fines. Porque, como en todas las artes, muy especialmente en la Arquitectura hay dos términos: lo significado y lo que significa. La cosa significada es aquella de la que uno se propone tratar; y la significante es la demostración desarrollada mediante principios científicos. De donde se deduce claramente que el que quiera llamarse arquitecto debe conocer a la perfección  tanto una como otra; ya que la ciencia enciclopédica o universal es como un cuerpo único compuesto por todos esos miembros. 

De ahí que aquellos que desde su tierna infancia se dedicaron a adquirir conocimientos de las diferentes cien­cias, aprenden éstas, y además, reconocer sin dificultad la recíproca conexión de todas ellas, y por lo mismo llegan con mayor facilidad al conocimiento de todas. 

Por esta razón, Picio, el famoso arquitecto del templo de Minerva en la ciudad de Prietie, dejó dicho en sus comentarios que el arquitecto puede hacer en cualquier arte o ciencia más que aquellos mismos que con su trabajo y su inteligencia elevaron a la mayor gloria cada una de las ciencias en particular. Sin embargo, esto no es, posible en la realidad; toda vez que el arquitecto no puede ni debe ser tan gran gramático como lo fue Aristarco; pero tam­poco debe serle extraña esta ciencia. No puede ser un mú­sico como Aristoscre, mas tampoco un ignorante en cues­tión de música; no es posible que sea un pintor corno Apeles, pero de ningún modo un conocedor del dibujo; no ha de ser un escultor como Mirón o Policleto, mas tampoco un ignorante de las reglas de la Escultura, y final­mente no es posible que sea corno Hipócrates, pero tam­poco ha de estar totalmente ayuno de conocimientos de Medicina: en suma, no ha de ser sobresaliente en (Odas las ciencias, pero al menos no ha de estar la obscuras en ninguna, porque, dada la infinita variedad de ‘los’ cono­cimientos, no es posible que haya alguien que logre sobre­salir en todas ellas; pues difícilmente entra en las posibi­lidades humanas llegar a conocer su teoría. 

Y no es precisamente que sean los arquitectos los que no puedan llegar a la perfección en todas las cosas, sino que incluso, entre los que particularmente se dedican a una sola de las artes, no todos consiguen llegar a merecer los altos honores de la gloria. 

Luego, si en las ciencias particulares, no todos, sino apenas muy pocos artífices, en cl curso de un siglo, han al­canzado lo sumo en su arte, ¿ cómo lo podrá alcanzar un arquitecto que ha de ser perito y sabio en tantas? ¿Cómo ha de producir extrañeza que el arquitecto ignore algo de ellas, ni mucho menos que no supere a todos los que so­bresalieron, cada cual en su ciencia, en la que pusieron toda su atención y su trabajo? 

Paréceme por tanto que en esto se equivocó Picio, por no haber tenido en cuenta que cada una de las artes se compone de dos partes: práctica y teoría; y que de éstas, una es propia de los que hacen profesión de tal arte, y ésta es la práctica; y que la otra, la teoría, es común a todos los doctos; de suerte que médicos y músicos pueden cono­cer la teoría de la pulsación rítmica de las venas y del movimiento acompasado1 de los pies; pero si fuere necesa­rio curar una herida, o sacar de un peligro a un enfermo, no se llamaría al músico, sino que esto será oficio propio del médico; y al contrario, el músico, y no el médico, será quien tocara un instrumento sonoro a fin de que produzca en los oídos una grata armonía. Igualmente entre los astrólogos y músicos es común el tratado respecto a la sim­patía de los astros y de las sinfonías, y de la concordancia por cuadrados y trinos en Astrología y las relaciones de cuarta y de quinta en Música. 

Muchas cosas o casi todas son comunes a astrólogos y geómetras, en lo referente a la visión, que los griegos lla­man logos optikós. Y así en todas las demás ciencias hay muchas cosas, o casi todas, que son comunes, pero sólo en teoría. En cambio, en la práctica, las obras que se perfec­cionan con las manos y que con el trabajo alcanzan pres­tancias, son del dominio de quienes se han dedicado par­ticularmente a un arte único, con miras a especializarse en su ejecución. Por lo tanto habrá hecho suficiente aquel que de cada disciplina sepa medianamente la distribución de las partes y el método, y muy especialmente de aquellas que son imprescindibles a la Arquitectura, a fin de que, si fuere preciso juzgar y apreciar algo perteneciente a estas artes, no le falte al arquitecto ciencia para ello. 

Ahora bien, aquellos que hayan recibido de la Natura­leza tanto talento, tanta perspicacia y memoria, que puedan aprender’ bien la Geometría, la Astrología, la Música y las demás ciencias, sobrepasarán las condiciones requeridas en un arquitecto, vienen a convertirse en matemáticos y pueden por eso mismo discutir con más facilidad respecto de estas ciencias, porque están provistos de mayor número de conocimientos. Sin embargo, estos genios son raros, aunque se citan algunos como, en otra época, Aristarco de Samos, Filelao y Arquitas. Tarentinos Apolonio de Perga, Eratóstenes de Cirene, Arquímedes y Scopinas de Siracura; los cuales dejaron a la posteridad muchos descubrimientos en la mecánica y en la  Gnómica el conocimiento que tenían  de los números y de las leyes naturales. Siendo así que la Naturaleza ha otorgado estos talentos no a todos, sino a muy pocos y en muy pequeño numero de países, y en cambio la profesión del arquitecto requiere el ejercicio de todas las ciencias, la razón permite que, dada la amplitud inmensa de las cosas, se tenga de aquellas no unos conocimientos perfectos como sería preciso, sino unos me­diocres de cada una. Así, ¡oh, César! ,yo suplico a ti y a cuantos mi libro leyeren, que si algo no está explicado con arreglo a las leyes del bien decir (de la Gramática), que me sea perdonado, toda vez que no soy ni un gran filosofo ni un elocuente orador ni un excelente gramático, sino un modesto arquitecto, que ha puesto su empeño en escribir de estas materias que no le son extrañas. Pero, en cuanto a las posibilidades de este arte, todas las teorías que en él están incluidas, puedo asegurar con cierta con­fianza que no sólo cuantos se dedican a la construcción encontrarán en estos libros las instrucciones necesarias, sino que incluso los doctos podrán hallar en ellos doctrinas que les satisfagan en el estudio, de esta ciencia. 

 

 

CAPITULO II
En que consiste la Arquitectura
 

 

La Arquitectura se compone de orden, que los ,griegos llaman; de disposición, a la que dan el nombre de diatesis  de euritmia o proporción (simetría, decoro) y de distribución  que en griego se dice oikonomia. 

La ordenación (el orden), es lo que da a todas las partes de una construcción su magnitud justa con relación a su uso, ya se la considere separadamente, ya con relación a la proporción o la simetría. Esta ordenación está regulada por la cantidad, que los griegos denominaron palotes. Por tanto, la cantidad es la conveniente distribución de los módulos adoptados como unidades de medida para toda la obra y para cada una de sus partes separadas. 

La disposición es el arreglo conveniente de todas las partes, de suerte que, colocadas según la calidad de cada una, formen un conjunto elegante. Las especies de dispo­sición, llamadas en griego, «ideas», son el trazado en planta, en alzado y en perspectiva (lchnografia, Ortografía y Escenografía). La planta (lchnografia) es un dibujo en pe­queño, hecho a escala determinada con compás y regla, que ha de servir luego para el trazado de la planta sobre el terreno que ocupará el edificio. El alzado (Ortografía) es una representación en pequeño y un dibujo ligeramente colorado, de la fachada y de su figura por elevación, con las correspondientes medidas, de la obra futura. La pers­pectiva (Escenografía) es el dibujo sombreado no sólo de la fachada, sino de una de las partes laterales del edilicio, por el concurso de todas las líneas visuales en un punto. 

Estas tres partes nacen de la meditación y de la invención. La meditación de la obra propuesta es un esfuerzo intelectual, reflexivo, atento y vigilante, que aspira al placer de conseguir una feliz éxito. La invención es el efecto de este esfuerzo mental, que da solución a problemas obscuros y la razón de la cosa nueva encontrada. Estas son las partes de la disposición. 

La euritmia es bello y grato aspecto que resulta de la disposición de todas las partes de la obra, como consecuencia de la correspondencia entre la altura y la anchura y de éstas con la longitud, de modo que el conjunto tenga Las proporciones debidas. 

La simetría o proporción es una concordancia uniforme entre la obra entera y sus miembros, y una correspondencia de cada una de ¡as partes separadamente con toda la obra. Porque así como en el cuerpo humano hay urna proporción y una simetría entre el codo, el pie, la palma de la mano, el dedo y las restantes partes, ocurre igual en toda construc­ción perfecta. Y así primeramente, en los templos, el diá­metro de las Columnas o del módulo del. triglifo, y en las ballestas del orificio, que los griegos llaman peritreton y en las naves del interscalmo, que se denomina dípechaice, podemos formarnos un juicio de la magnitud de la obra y la razón de la simetría, así en todas las demás obras, por el examen de alguna de sus partes se halla la de la simetría El decoro es el aspecto correcto de la obra, que resulta de la perfecta adecuación del edificio en el que no haya nada que no esté fundado en alguna razón. Para conseguir esto hay que atender al rito o estatuto, que en griego se dice thematismos o por la costumbre, o por la natura­leza de los lugares. Mediante el rito o estatuto se han de hacer los templos para Júpiter Tonante, para el. Cielo, para el Sol y para la Luna, en descampado y sin techo, preci­samente porque estas divinidades se nos aparecen más cla­ramente en pleno día y en toda la extensión del Universo. 

A Minerva, a Marte y a Hercules se les harán templos dóricos; porque a estos dioses, la razón de su fortaleza, les corresponden edificios sin la delicadeza de los otros órdenes. En cambio, a Venus, Flora, Proserpina y a las Náyades, les son apropiados edificios del orden corintio; porque a estas divinidades parece que les corresponden obras delicadas y adornadas con flores, hojas y volutas, que añaden belleza a la propia de esas deidades. 

Para los templos de Juno, de Diana, del Padre Baco y de otros dioses semejantes se seguirá un procedimiento in­termedio, construyendo sus templos del orden jónico, por­que el carácter de. estas divinidades concuerda más con la severidad y solidez dóricas que con la delicadeza corintia. 

El decoro, en relación con las costumbres, reclama que a un edificio magnífico en el interior, se le adapten vestíbulos elegantes, apropiados a su riqueza, pues si los inte­riores gozasen de elegancia y belleza, y en cambio sus entradas fuesen pobres y mezquinas, vi edificio no habría. sido tratado con lo que exige el verdadero decoro. Asimis­mo, si se esculpiesen dentículos en las cornisas siendo los arquitrabes dóricos, o si sobre los capiteles y columnas jó­nicos se entallasen triglifos en las cornisas, transfiriendo así cosas propias de un orden a otro, en estos casos se ofendería la vista, porque cada estilo tiene sus propias leyes ya por antigua costumbre. 

Ahora bien, el decoro natural requiere para emplaza­miento de cualquier templo la elección de los parajes más saludables y donde ‘haya fuentes de aguas abundantes. Y esta precaución habrá de tenerse en cuenta muy especial­mente en los templos dedicados a Esculapio, a la Salud o a otras divinidades por cuya intervención muchos enfermos parecen haber sanado. Esto es porque cuando se trasladan cuerpos enfermos de un lugar infecto a otro salubre y se hace que utilicen aguas puras, se restablecerán más pronto, y ocurrirá que la divinidad acrecerá su crédito, porque el pueblo atribuirá a estas divinidades curaciones debidas a las naturales condiciones del lugar. 

Está también de acuerdo con el decoro natural al dar luz de Oriente a los dormitorios y bibliotecas, orientando en cambio las salas de baño y las estancias de invierno al Poniente invernal; así como los demás lugares que requie­ren una luz siempre igual, el que reciban ésta del Septentrión, porque esta parte del cielo ni se obscurece ni se esclarece con el curso del Sol, sino que permanece todo el día constante e inmutable. 

La distribución consiste en el debido y mejor uso posi­ble de los materiales y de los terrenos, y en procurar el menor coste de la obra conseguido de un modo racional y ponderado. Por esto el primer cuidado del arquitecto de­berá ser no empeñarse en empicar cosas que no pueden obtenerse o no se pueden acopiar sino a costa de crecidos gastos. Por ejemplo, no en todos los países se encuentra arena de cantera, ni piedra, ni abundantes abetos, ni madera limpia de nudos, ni mármoles, sino que unos sitios se encuentran unas cosas y en otros otras, y el Conseguirlas todas sólo se lograría con dificultades y grandes dispendios por lo tanto, cuando faltase arena de cantera, habrá que utilizar la de río o de  mar; pero ésta después de lavada. La carencia de abetos o de maderas limpias se remediará usando cipreses, hayas, olmos o pinos, etc., y de una manera semejante se procederá en todo lo demás. Pero respecto de esto, daremos más adelante las explicaciones oportunas y necesarias. 

Otra especie de distribución es aquella que dispone de diferente manera los edificios, según los diversos usos a que los dueños los destinan y de acuerdo con la cantidad de dinero que se quiere emplear en ellos o que exige la dig­nidad de las personas. También es preciso distribuir de modo muy distinto las casas de la ciudad que las granjas donde se recogen las cosechas de las heredades rústicas, y de manera muy distinta las viviendas de los negociantes de las moradas de los ricos y refinados; así como las de los personajes adscritos a las funciones del gobierno de la República. En una palabra, será preciso adaptar adecuada­mente los edificios tu las necesidades y a las diferentes con­diciones de las personas que han de habitarlos. 

  

CAPÍTULO III
De las partes en que se divide la arquitectura 

Las partes de la Arquitectura son tres : Construcción, Gnómica y Mecánica.

A su vez la Construcción se divide en dos: una tiene por objeto la edificación de murallas y edificios públicos; la otra, la de las casas particulares En las obras públicas hay que atender a tres finalidades : a la defensa a la reli­gión y a la comodidad del pueblo. Las obras hechas para la defensa y seguridad de las ciudades, como son las mu­rallas, las torres y las puertas, han de ser pensadas de manera que resulten a propósito para resistir los asaltos de los enemigos. 

Se refiere a la religión la erección de templos y toda clase de edificios sagrados en honor de los dioses inmor­tales. A la comodidad del pueblo se atiende en la disposición de todos aquellos lugares que han de servir para usos públicos, cuales son los puertos, las plazas, los pórticos, los baños, los teatros, los paseos y otros lugares semejantes que por los mismos motivos se destinan a, parajes públicos; se busca en solidez, utilidad y belleza. La primera depende de la firmeza de los cimientos, asentados sobre terreno firme, sin escatimar gastos y sin regatear avaramente los mejores materiales que se pueden elegir. La utilidad resulta de la exacta distribución de los miembros edi­ficio, de modo que nada impida su uso, antes bien cada cosa este colocada en el sitio debido y tenga todo lo que le sea propio y necesario. Finalmente, la belleza en un edificio depende de que su aspecto sea agradable y de buen gusto por la debida proporción de todas sus partes.

 

 

CAPÍTULO IV
De la elección de lugares sanos

 

Antes de echar los cimientos de las murallas de una ciudad habrá de escogerse un lugar de aires sanísimos. Este lugar habrá de ser alto, de temperatura templada, no ex­puesto a las brumas ni a las heladas, ni al calor ni al frío: estará además alejado de lugares pantanosos, para evitar que las exhalaciones de los animales palustres, mezcladas con las nieblas que al salir el Sol surgen de aquellos parajes, vicien el aire y difundan sus efluvios nocivos en los cuerpos de los habitantes y hagan por tanto infecto y pestilente el lugar. tampoco seria sanos los lugares cuyas murallas se asentaren junto al ruar, mirando a Mediodía o a Occidente, porque en estos sitios el Sol, en verano, tiene mucha fuerza desde que nace, y al mediodía resulta abrasador; y en los expuestos a Occidente, el aire es muy cálido a la puesta del Sol. Y estos cambios repentinos de  calor y frío alteran salud de los seres que a ellos están ex­puestos. Esto se puede observar aún en las cosas inhanimadas, pues en las bodegas no se abren luces ni a Mediodía ni a Poniente, sino más bien al Norte; porque esta parte del cielo en ninguna  estación esta sujeta a cambios, sino que se mantiene siempre uniforme. Por eso mismo, en los grane­ros orientados según el curso del Sol, se deterioran los granos; y aquellos frutos que se ponen a recaudo en luga­res opuestos a su curso, no se conservan largo tiempo porque el calor va robando consistencia a las cosas, secando con su cálida irradiación sus virtudes naturales, las corrompe y las hace blandas y flojas. Esto mismo podemos observar incluso en el hierro, que si bien por su naturaleza es duro, puesto al rojo en las fraguas merced a la violencia del fuego, se hace de al modo maleable que se. le moldea fácilmente hasta hacerlo adoptar cualquier forma; pero si cuando está blando y candente, se le sumerge en agua fija, se endurece de nuevo y recobra la totalidad de sus antiguas propiedades. 

Se puede ver, pues, que esto es así por el hecho de que en verano no sólo en los lugares pestilentes, sino tam­bién en los saludables, todos los cuerpos, debido al calor, se hacen blandos; y en cambio, durante el invierno, aun las mismas regiones insalubres se tornan salubres, porque. el frío las fortalece y hace que se vuelvan más firmes.  

No otra cosa ocurre con los habitantes que se trasladan de lugares fríos a cálidos; sus cuerpos no pueden conservar bienestar y firmeza, sino que enferman; por’el contrario, los que de regiones cálidas se trasladan a lugares fríos, en vez de padecer en su salud por la variación del lugar, se encuentran mucho mejor. 

Por todo lo cual, al asentar las murallas, es preciso tener en Cuenta estas consideraciones y evitar aquellas regiones en las que reinen vientos cálidos, porque todos los cuerpos están compuestos de los elementos que los griegos llaman stoikeia y que son el fuego, cl agua, la tierra y el aire, de cuya varia combinación resulta un temperamento natural que forma generalmente las diversas cualidades de los animales terrestres. 

Por lo tanto, en aquellos cuerpos en que sobreabunda el fuego, éste, con su calor, inmota y destempla los demás elementos. Estos mismos perjuicios acarrean a los cuerpos el Sol, que penetra en ellos cuando se asienta en las venas que están abiertas, por los poros de la piel, con más calor del que es necesario para la temperatura natural del animal. De la misma forma, si en las venas se asienta el agua, cambia la proporción que debe haber con los otros elemen­tos y hace perder su fuerza a las otras cualidades, que se gastan y diluyen. Además, también padecen los cuerpos por cl aire y los vientos fríos y húmedos. Finalmente, cuan­do llega a predominar el elemento tierra, se destruye igualmente el equilibrio necesario en los cuerpos, aumentando o disminuyendo sus otras cualidades naturales, cosa que ocurre cuando se tornan demasiados alimentos sólidos o cuando se respira un aire en exceso viciado. 

Para poderse dar uno mejor cuenta por sus propios ojos, de la diferencia de temperamentos, hay que observar y exa­minar la naturaleza de los animales terrestres, de las aves y de los peces y compararlas en su conjunto, porque su composición difiere completamente. Las aves tienen poco de tierra, menos de agua, algo de fuego y mucho de aire; por eso, como compuestos de elementos ligeros, se elevan y se mantienen con mayor facilidad en el aire; los peces, por estar compuestos de poco fuego, mucho aire y tierra y poquísima agua, se conservan más fácilmente en ésta cuanto menos participan de ella, y así pierden la vida cuando se les saca de su elemento.  

Al contrario, los animales terrestres, como entre sus elementos figuran sobre todo el aire y el fuego, poco la tierra y mucho el agua, y porque prevalecen en ellos los elementos húmedos, no pueden conservar su vida durante mucho tiempo en el agua. 

    Por tanto, si las cosas parecen ser así, como hemos dicho, y mediante nuestros sentidos nos aseguramos que los cuerpos de los animales están compuestos de estos principios y cualidades, y, como hemos visto, estos animales enferman y aún  mueren o por el exceso o por el defecto de tales principios, no hay duda que es necesario poner la máxima diligencia en la elección de los lugares más sanos; y que lo primero que habrá que buscar, al edificar una ciudad sera un lugar saludable :Por eso creo que  deben tenerse siempre muy presentes las normas de los antiguos. Estos comenzaban por inmolar para sus sacrificios, reses que hubieran apacentado en los lugares donde querían fundar una ciudad o levantar unos campamentos de invierno ; y examinaban sus hígados; si en las primeras los encontraban cardenos y dañados, inmolaban otras, para asegurarse de si era efecto de enfermedad o de los pastos. Luego o. cuando por la observación de, muchas reses se habían cerciorado de la sanidad y buen estado de los hígados, efecto de las buenas aguas y de los buenos pastos, asentaban allí sus guarniciones ; pero si los hallaban viciados, inferían que también los órganos de los cuerpos humanos vendrían a enfermar con el uso de las aguas y de los alimentos de aquellos parajes, y así pasaban> adelante y cambiaban de país, buscando siempre en todos los lugares la salubridad. 

Para demostrar que por los pastos y los alimentos se pueden conocer las propiedades sanas de cualquier lugar de la tierra, no hay más que comparar las dos  regiones que hay en la campiña de Creta, cerca del río Poero, que discurre por entre  las dos ciudades de Gnoso y de Cortina. A derecha e izquierda del río pastan ganados; de éstos, los que pastan cerca de Gnoso padecen del bazo; los que pacen del otro lado, cerca de Cortina, están sanos., Por ende buscando los médicos la razón de ello encontraron en aque­llos parajes una hierba que tiene la virtud de disminuir el bazo de los animales que la comen; y así, recogiéndola ellos, sanan a los esplénicos con este medicamento, que los cretenses, por eso mismo, llaman asplenon. De donde se colige por las propiedades del agua y de los pastos de los lugares, si éstos son malsanos o saludables. Sin embargo, no siempre hay que pensar que las ciudades edificadas en te­rrenos pantanosos junto al mar han sido mal emplazadas. si se da el caso de que los tales pantanos miren al Septen­trión o estén entre el Septenio y el Levante, y sobre todo si estos pantanos estuvieren a mayor nivel que el mar, porque en tales circunstancias es fácil, mediante acequias, derivar el agua hasta el ruar; y por añadidura, merced a las marcas altas, entra el mar y las lagunas, y al mezclarse el agua salada con la dulce, evita que se críen allí animales lacustres de ninguna especie, y logra que los que bajasen nadando de los lugares más altos de las lagunas a la playa mueran presto, por efecto de la falta de costumbre de vivir en agua salada. Buena prueba de esto son las lagunas Gálicas , que están en  los alrededores de Altino, Ravena, Aquileya y otros municipios, en cuyas proximidades hay terrenos lacustres y que, sin embargo, gozan de notable salubridad. 

En cambio, cuando las lagunas son bajas, sus aguas, por no tener salida ni por ríos ni por acequias. como sucede en las Pontinas, se embalsan, se estancan y se corrompen y exhalan hálitos pestilentes e insanos. 

También en la Apulia hubo tina ciudad llamada Salpia la Antigua, cuya fundación se atribuía a Diómedes a su regreso de Troya o, como otros escribieron, fundada por Elfias de Rodas que estuvo asentada en un lugar pantanoso por eso sus habitantes, que se veían todos los años aque­jados de graves enfermedades recurrieron finalmente a Marco  Hostilio, al cual pidieron, y  de  él obtuvieron que les buscara y eligiese un lugar apropiado para trasladar sus hogares. Este, sin demora y asesorado doctísimamente, compro un lugar sano, junto a las riberas del mar, una heredad, y solicitó del Senado y del pueblo romano que le permitiesen transferir allí la ciudad: marcó las murallas, y repartió el terreno entre los ciudadanos, haciendo pagar a cada uno de sus habitantes solamente un sestercio por cada casa. Hecho esto, abrió las comunicaciones del lago. Con el mar y formó con el lago un excelente puerto para la nueva ciudad. Así, ahora los salapinos, sin estar mas lejos de cuatro millas de su antigua ciudad, habitan un lugar sano.

 

 

CAPITULO V
De la Construcción de las murallas y torres.

 

Después de que se haya conseguido, siguiendo estas normas, en lugar saludable para asentar la ciudad, lo sufi­cientemente fértil para alimentar a la población y dotado de caminos apropiados o de las ventajas de ríos o de puer­tos que faciliten el tráfico por mar, entonces se procederá a echar los cimientos de las torres y murallas, lo que se hará de esta manera: se cavará hasta hallar terreno firme, si es posible encontrarlo, ahondando en él cuanto se crea nece­sario y en proporción a la grandeza de la construcción, pero dando a los cimientos un espesor mayor que el de las paredes que se alzarán sobre ellos, y se irá rellenando el hueco de una manera muy compacta y con piedra lo más dura posible. Las  torres deberán proyectarse de manera que sobresalgan de los muros, a fin de que, si alguna vez los enemigos quisieran acercarse a ellos, para asaltarlos, se vean atacados con intensidad e ímpetu por la derecha y por la izquierda, desde las saeteras laterales de las torres, Sobre todo deberá cuidarse mucho de hacer difíciles todo lo po­sible los asaltos enemigos mediante lo arduo del acceso a las murallas, rodeándolas de fosos y haciendo que los sitios de paso a las puertas no sean rectos, sino dirigidos a la izquierda, porque así los agresores ofrecerán a los que están en la muralla el costado derecho, que es el que no está protegido por el escudo. 

La forma de una plaza fuerte no debe ser ni cuadrada no de ángulos agudos, sino circular, para que el enemigo pueda ser divisado desde diversos puntos, pues en aquellas ciudades en las que los muros forman ángulos agudos resulta difícil la defensa, por la razón de que el ángulo favorece más al enemigo que al ciudadano. La anchura de la muralla, a mi juicio, debe ser tal que si se cruzasen dos hombres armados puedan ambos pasar sin que el uno moleste al otro. En el espesor de la muralla, en su totalidad, deben empotrarse estacas de olivo tostadas, entrelazadas lo más estrechamente posible, de modo que los frentes del muro, trabados por estos maderos como con garfios, adquie­ran una solidez indestructible; porque a esta clase de madera así preparada no pueden perjudicarle ni la intem­perie ni la carcoma ni los años, ‘y es más, ni. hundida en tierra ni metida en agua se descompone, sino que perma­nece indefinidamente útil sin estropearse. Por eso no sólo las murallas, sino también los cimientos y cualesquiera paredes de mucho espesor deben trabarse de la misma manera, y así no se viciarán tan pronto. 

Las distancias entre las torres se han de fijar de manera que no estén separadas una de otra más de un tiro de saeta, con el fin de que, si una de ellas fuera atacada por el ene­migo, éste pueda ser rechazado por las torres que estén a la derecha y a la izquierda, mediante escorpiones y cata­pultas y toda otra clase de armas arrojadizas. Igualmente, el muro de las torres, por la parte interior, debe estar di­vidido en espacios tan anchos como las torres mismas y los pasos interiores han de estar. cortados por unas vigas atravesadas en el muro, pero no clavadas, a fin de que si los enemigos ganasen alguna parte de la muralla, los defen­sores estén en condiciones de cortarles el paso, y si lo hacen rápidamente, impedirán que penetren en las otras partes de las murallas y de las torres, a no ser precipitándose de arriba abajo. Han de construirse en forma circular o ,poli­gonal, pues las cuadradas son fácilmente destruidas por las maquinas, porque los arietes, Con sus golpes, rompen fácil­mente sus ángulos; en cambio, en las de forma redonda las piedras labradas como cuñas, resisten mejor los golpes, que no hacen otra cosa que apretarlas hacia cl centro cada vez mas.  

Además, las fortificaciones de las murallas y de las torres, son más seguras si se les añaden terraplenes; porque así no pueden perjudicarles ni las minas ni los arietes ni otras máquinas. Sin embargo, no se debe construir esta clase de terraplenes en cualquier lugar, sino sólo en el caso de que los asaltantes tengan fuera, en el campo, muy cerca de la muralla, alguna eminencia, desde donde a pie llano pudieran llegar a atacar los muros. 

En este caso se deben hacer primero fosos profundos y anchos, cuanto sea posible, ahondar los cimientos de la muralla hasta el fondo de los fosos y dar a la muralla un espesor suficiente para que pueda aguantar sin dificultad el empuje del terraplén. 

En la parte de dentro se construirá otro cimiento muy distante del exterior, con una amplitud lo suficiente ancha para que puedan formarse sobre él en orden de batalla las tropas que hayan de defender la ciudad. 

Construidos ambos cimientos a la distancia que hemos dicho, se alzarán otros que vayan del muro exterior al muro interior, y dispuestos en forma de peine, o como dientes de una sierra, y con las puntas hacia fuera. Gracias a este medio, el gran peso del terreno, por estar repartido en pequeñas porciones y no cargando todo su peso sobre la construcción, no podrá de ningún modo reventar la estruc­tura de la muralla. 

Respecto a los materiales con que se pueden edificar las murallas, no es posible dar nada como definitivo, toda vez que no en todas partes puede disponerse a voluntad de los materiales que se deseen; y por tanto, según dónde se esté, es preciso adoptar o piedras labradas o grandes gui­jarros, o piedra de mampostería, o ladrillos cocidos, o ado­bes; porque no todos los lugares pueden tener, como en Babilonia, las murallas hechas con ladrillos cocidos, y dis­poner para mortero de abundante betún líquido en lugar de cal y arena; pero sí puede haber en cada país tantos materiales semejantes, que sea posible hacer muros perfec­tos, duraderos y sin ningún defecto. 

 

CAPÍTULO VI
De la división y distribución de las obra dentro de las murallas

 

Una vez acabado el recinto amurallado, resta por hacer  la distribución del área o solar en el interior, y las adecua­das vías de acceso a las plazas, las calles y los callejones, conforme a la región del ciclo que sea más ventajosa. Será acertada la disposición si prudentemente se procura evitar que enfilen directamente con las calles los vientos; los cuales, si son fríos, molestan; si cálidos, viciar; si húmedos, dañan. 

Se debe, pues, huir de tales inconvenientes, y tener cuidado de que no suceda lo que suele acontecer en muchas ciudades, y entre éstas especialmente en la ciudad de Mi­tilene, en la isla de Lesbos, construida con magnificencia y belleza, pero emplazada con poca previsión, pues en ella cuando sopla el viento del Mediodía, que es el austro, las personas enferman; y cuando el gallego o coro, tosen cuando la tramontana, se restablecen; pero éste es tan trío, que cuando sopla es imposible estar en calles y plazas. 

El viento no es otra cosa que una ola de aire, que corre con una fuerza variable y que se produce cuando el calor, actuando sobre la humedad, absorbe por su acción violenta tina gran cantidad de aire nuevo, que empuja al otro con impetuosidad. Y que cato, es verdad puede corregirse de los vasos llamados eolípidas, porque con el auxilio de ingenio­sas invenciones podemos inferir las verdaderas causas de las arcanas operaciones de la Naturaleza. 

Son las colípilas tonas esferas de bronce, huecas, provis­tas de un tubo de boca muy estrecha, por el cual se las llena de agua; cuando se los sainete a la acción del fuego, se observa que antes de calentarse no despiden aire alguno; pero tan pronto como el agua ha empezado a hervir, des­piden un vapor impetuoso. De esta manera, mediante este pequeño y breve experimento, se puede saber y juzgar las grandes e incomprensibles  operaciones de La Naturaleza en orden a los vientos. 

Luego, si hay posibilidad de establecerse al abrigo de los vientos, no solo será saludable el lugar para los cuerpos sanos, sino también en el caso que se produzca dolencias por causas que otros lugares sanos se curan con ayuda  de medicinas apropiadas, en éstos se curarán más pronto merced a la buena temperatura que resulta del hecho de estar el lugar al abrigo de los vientos. Las enfermedades que difícilmente las poblaciones antes citadas son catarro gota, tos, pleuritis, derrames sanguí­neos y en suma, todas aquellos que se curan no debilitando los cuerpos, sino fortificándolos. Estos males se curan difí­cilmente, primero, porque se originan por el frío; después, porque una vez debilitadas las fuerzas del paciente por la prolongación de mal, el aire agitado por el viento siempre debilita más, va agorando el jugo de los cuerpos enfermos y termina por contagiar. Al contrario, el aire suave y denso, que no padece frecuentes flujos y reflujos, sino que permanece en calma en un tranquilo reposo, comunica a los cuerpos calor sano, lo nutre y hasta restablece a los que están afectados por los susodichos males. 

Algunos han sostenido que los vientos no son más que cuatro: el Levante o Solano, que sopla del Oriente equi­noccial; el Austro, que sopla del Mediodía; el Pavonio del Occidente equinoccial o Poniente; y la Tramontana del Septentrión. 

Otros, con más exactitud, han dicho que eran ocho, y entre ellos especialmente Andrónico Cirrestres que, como demostración, levantó en Atenas una torre octagonal de mármol y en cada tino de sus lados hizo esculpir la imagen de cada viento de cara hacia donde sopla; sobre esta torre, rematada por una pirámide también de mármol, y en su cima colocó el Tritón de bronce que en su mano derecha extendida tenía una varita y estaba dispuesto de modo que, al girar este Tritón a impulso del viento que soplara, la varita viniese a caer sobre la imagen del viento que reinaba. 

Los otros cuatro vientos, colocados entre los que loemos ya señalado, son, entre el Solano y el Austro, por el Oriente invernal, el Euro; entre cl Austro y el Favortio, al Occidente invernal, el Abrego; entre el Favonio y cl Septentrión, el Cauto, que muchos llaman Coro; y entre el Septenrión y cl Solano, el Aquilón.  

De esta manera parece haber demostrado el número y los nombres de cada  viento y los lugares de donde sopla cada nimio.

 

Sabido esto, para determinar los puntos y las direcciones de donde provienen los vientos, se procederá de este modo: se sitúa en el centro (le la ciudad una losa horizontal de mármol, perfectamente nivelada, o se aplana y se nivela simplemente un lugar de modo que no sea precisa la losa horizontal. En el punto central de este sitio se instala tiro gnomon de bronce, que sirve para marcar la sombra del Sol, y que se llama en griego .tkiateras : se toma y se marca con un punto la sombra que el gnomon señala unas cinco horas antes de mediodía, y poniendo una punta del compás en el centro, se traza una circunferencia. Se obser­vará igualmente después de mediodía la sombra de este gnomon, que va creciendo, y cuando tocare la línea de la circunferencia y haya hecho por la tarde una sombra igual a la de’la mañana, se marcará este segundo punto. Tomando como centro estos dos puntos, se trazan con el compás dos circulos que se corten, y por la intersección y el punto central se traza una línea que indicará la dirección del Mediodía y del Septentrión: hecho esto, se tomará la de cincosexta  parte de toda la circunferencia, se colocará una punta del compás sobre la línea mediana, allí donde toca, a la circunferencia, se harán sobre ésta marcas o divisiones de decimosextas partes a derecha e izquierda, tanto en la parte meridional corno en la septentrional, y entonces, desde estos cuatro puntos y pasando por el punto central, proce­diendo por intersecciones se deben tirar unas líticas de un extremo al otro de lo circunferencia y con ello se habrá obtenido una octava parte para cl Austro y otra para el Septentrión. Las otras  octavas partes, tres a la derecha y tres a la izquierda, se deben distribuir en toda la circunferencia para formar ocho espacios iguales para los ocho vientos en la figura. 

Entonces, siguiendo los ángulos interiores entre dos direcciones de los vientos, parece que deben orientarse los trazados tanto de las plazas públicas como de las calles, de manera que con esta disposición, se alejara de las viviendas y las calles, de manera que con esta disposición se alejará de las viviendas y de las calles la molesta violencia de los vientos. Pues, en efecto, si las calles estuvieren trazadas en la dirección de los vientos, entrando estos directamente del espacio abierto del ido, su soplo e ímpetu constantes, compri­midos en los angostos de las calles estrechas, se difundirían con mayor violencia. Las calles, pues, deben estar orientadas en sentido opuesto a la dirección de los vientos, a fin de que cuando soplen se quiebren en los ángulos formados por las manzanas de las casas, y, rebatidos, se dispersen. 

Quizá los que conocen numerosos nombres de vientos se admiren mucho de que nosotros nos hayamos reducido a citar sólo ocho. Pero si reflexionan que la circunferencia de la Tierra, según el curso del Sol, y las sombras del gno­man equinoccial, según la inclinación de la esfera celeste. Eratóstenes de Cirene hallé, mediante cálculos matemáticos y métodos geométricos, que esta circunferencia de dos­cientos cincuenta y dos mil estadios, que hacen treinta y un millones quinientos mil pasos, y que la octava parte de esta sunna, que es cl espacio que parece ocupa un viento, no es menos de tres millones novecientos treinta y siete mil quinientos pasos, no deberán. digo, maravillarse de que un solo viento que circula soplando por tan amplio espacio produzca con sus declinaciones y retrocesos frecuentes variaciones en su curso. 

Así el Viento Austro tiene por la derecha y la izquierda al Leuconoto y al Airaron; a derecha e izquierda del Abrigo, el Libono y cl .Subvéspero; por una y otra parte del Favonio, el Argestes, y en determinadas épocas los Erenios; a los Ludos del Ouoro están el Circias y el Coro ; a tiria y otra parte del Septentrión, el Tracias y el Gálico; a derecha e izquierda del Aquilón están el Supernas y el Cecias; de un lado y de otro del Solano, cl Carbas, y en determinadas épocas soplan los Ornitia; y por último, en los confines del Euro, que ocupa el centro, están el Eurocircias y el Volturno. Hay además otros muchos nombres de vientos, tomados de las regiones de donde soplan, o de los ríos, o        de los montes procelosos de donde provienen, y a ellos pueden añadirse  las brisas ¡matinales que emergen excitadas por los rayos con que el Sol, al levantarse, absorbe la humedad que la noche ha dejado en el aire. Proceden ordinariamente estos Vientos, cuando son persistentes des­pués del nacimiento del Sol, del lado del viento Euro, al que los griegos bautizaron con tal nombre porque, al pare­cer, era como engendrado por las auras matutinas, por eso denominaron también  Aurión al día de la mañana siguiente. 

Ahora bien, hay quienes niegan que Erastostenes haya podido averiguar la verdadera medida del Orbe terráqueo; pero, sea o no sea exacta su suputación ello no impide que nuestra división de las regiones de donde soplan los vientos sea buena; y siendo, pues, así, resultará únicamente que los vientos tiene cada uno campos más o menos extensos en los que soplan los unos más impetuosamente que los otros. 

Pero como todas estas Cuestiones han sido explicadas sumariamente, he creído necesario, para hacerlas más fácilmente inteligibles, incluir al final de este libro dos figu­ras o cuino dicen los griegos dos schema, una trazada de modo que haga resaltar Precisamente las regiones de donde se inician los vientos y la segunda para indicar la manera como deben ser trazadas las calles y callejones a fin de evitar las corrientes perjudiciales de los vientos. Tengamos, pues, en una superficie plana y bien nivelada: un centro CII que pondremos la letra A; y torta sombra ma­tinal del gnomnon antes de mediodía, que marcaremos con la letra 13; de dicho centro A, ábrase el compás hasta el extremo de la sombra 13, desde donde se trazará una circunferencia; volviendo a colocar el gnomon en el centro.

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