Teoria I
De espacios y lugares en
arquitectura |
Miguel del Rey |
Cuando nos adentramos en los dibujos para las casas de recreo en Alcudia de A. de la Sota, encontramos una serie de componentes que nos atan a un sitio concreto, en particular a un sitio marítimo, acotado y donde hay una cierta dosis biográfica y se traduce el ambiente de una vida relajada. Tienen esos dibujos una dosis de enraizamiento, pero también de transformación y en parte de concreción de una idea, que inciden en todo aquello que a lo largo de la historia nos ha ido acercando a la idea de lugar dentro de una continuidad de pensamiento que desde la Ilustración va tomando cuerpo y que a mitad del S. XX se vincula a la filosofía y a la arquitectura de las 3ª y 4ª generaciones de la modernidad. La arquitectura que nos muestra de la Sota en sus dibujos parece que esta casi oculta, evitando el primer plano del objetivo, como comenta J. Navarro, (1) y en cambio se implica en un todo con una serie de objetos, de cosas, que nos hablan del mar, de barcos, de terrazas, de toldos, de gafas de sol, de calor, de agua, de piscinas, de coches deportivos, todo ello en un conjunto dibujado con trazo limpio y donde existe un cierto pintoresquismo donde la arquitectura sirve de contrapunto. La naturaleza se ha transformado en paisaje, ha tomado un compromiso cultural, se ha convertido en un lugar de una isla, donde se dan cita una serie de cuestiones fenomenológicas que son deseadas para una estancia de vacaciones, y en la que aparecen los signos tópicos y propios de una cultura de ocio actual. El espacio no es finito, se acota, podemos ver el horizonte, pero él está fuera de nuestro lugar limitado y concreto. Tenemos las condiciones básicas del lugar: concreción, carga simbólica, cuestiones fenomenológicas propias, capacidad de relaciones espaciales entre las cosas y entre ellas y nosotros. Posiblemente para las culturas indígenas anteriores o coetáneas a la helenización de la isla de Sicilia, el entorno donde se asienta al Templo de Segesta podría ser considerado un lugar, al entenderse como un territorio culturalmente colonizado y cargado de significados apoyados en la propia orografía, en los sucesos existenciales de un pueblo que posiblemente ritualizó recorridos o migraciones, como comenta A. Papoport (2), que ocurre en las culturas prehistóricas; pero, la construcción del templo estabiliza y concreta la definición del lugar. La loma y el propio territorio se sustantivan al ubicarse sobre ella el templo, una estructura limpia que muestra orgullosa la autonomía de su forma, pues no pretende ninguna mimesis, sino todo lo contrario, mostrar toda la capacidad positiva de su forma sobre un paisaje de colinas y de valles a los pies de una gran monte. Sustantivar la colina y ubicar el templo, en la aproximación feliz que propone Alberti con la collocatio de la arquitectura, es la operación de transformación de la naturaleza necesaria para concretar un lugar y definir un paisaje. Allí es donde incide el carácter fuerte e insistente de un templo dórico sin cella, no adscrito a ninguna divinidad parece ser en origen, y concebido para ritualizar un lugar; un templo que se torna necesario para concretar el paisaje. El concepto de lugar incide sobre la arquitectura, y esta incidencia refleja aquellos procesos de equilibrio precario que existen entre naturaleza y cultura a lo largo del tiempo, tal como entiende W. Benjamin (3). El lugar como concepto y sus cualidades se complementa con el concepto de espacio. Lo concreto y lo abstracto aparecen en la propia génesis de la arquitectura. Cuando atravesamos la puerta del Panteón en Roma nos encontramos sumidos en un espacio que participa de la abstracción, que intenta transplantarnos al mundo de las ideas y si tenemos la suerte de estar solos, nos olvidamos de las calles laterales, no tenemos relación con la propia situación de la plaza cuando el haz de luz invade el espacio y deja en contraluz el intradós de la cúpula y el arranque de los muros, solo hay luz y espacio atravesado, nuestro centro es la inmaterialidad del foco lumínico. Nos hemos introducido en un cosmos, en una atmósfera isomorfa, donde la escala de las cosas es relativa y la única libertad perceptiva es la determinada por las variaciones de la luz en el tiempo. Estamos, tal como dice J. M. Montaner (4), en un espacio lógico, matemático, científico, en una construcción mental. En Berlín, Mies construye un espacio definido por su condición horizontal, donde la lógica se ajusta a sí mismo, a sus dimensiones. Una vez subes al podio, se define un plano abstracto, limpio, artificial, entras en el juego espacial de la Nueva Galería Nacional de una Alemania destrozada por la guerra. Un podio construido cerca del límite que separaba ambos zonas de la ciudad, un área devastada y sin referencias donde se depositan símbolos para ser vistos desde perspectivas muy distintas: desde la modernidad de una sociedad occidental, desde el otro lado del muro, dos visiones muy distintas. La fuga visual a través de las láminas de cristal en esa planta libre, pretende tanto abarcar el paisaje, como expresar la capacidad gravitatoria de la perfecta cubierta que limita el espacio. El pilar toma el valor de lo estable, la materialización del apoyo conceptual, del equilibrio gravitatorio que se contrapone a la diafanidad y complementa la idea de arquitectura. Es la plenitud del espacio cartesiano. Nuevas sensibilidades afloran en una concepción que pone en crisis lo que S. Pennella (5) llama el humanismo cartesiano. El abandono del plano como referencia básica en la topografía de la arquitectura contemporánea y el centrarse "sobre los pliegues del espacio moderno", como nos dice F. Soriano (6), para conseguir separarse de la continuidad monodireccional alterando de esta manera el espacio para acercarse a un volumen más complejo y ajeno a los ejes cartesianos, como nos muestran los planos de Zaera en Yokohama, las superficies laminares y onduladas de Soriano en su proyecto para la Fabrica El Aguila, o los planos alabeados y los pliegues de de Maas, van Rijs y de Vries, en los estudios de Hilversum para la VPRO. Másico y ligero, compacto y vacío, estático y dinámico, son maneras distintas de aproximarse a la idea de espacio en arquitectura; entendido el espacio como la materialización de una idea abstracta y genérica, próxima a la idea platónica de espacio. Los lugares de Alcudia o Segesta se entienden con atributos contrarios, se basan en las cualidades de las cosas, del mar, del tiempo libre, de la sustantivación de una colina en un paisaje creado por el propio acto de ubicar el templo en la naturaleza. El lugar se entiende como aquello que fluye en una atmósfera y que se materializa en relaciones concretas entre las cosas, entre los accidentes geográficos, entre el hombre y la naturaleza. Por eso los lugares son llanos, inclinados, húmedos, secos, calurosos, grandes, pequeños, atravesados o no por líneas naturales, artificiales, por tensiones. En este sentido para J. Navarro (7), la arquitectura se genera a partir de esos vínculos conceptuales o fenomenológicos que "recorren líneas que atraviesan y horadan las producciones materiales hasta involucrarnos" El equilibrio oscilante entre naturaleza y cultura, la aproximación a la idea de lugar y el concepto del espacio, nos acercan a la problemática donde se mueve la cultura arquitectónica del S. XX, con sus paradigmas espaciales, con su caracterización apoyada en el lugar. Situando el acento en la búsqueda de un espacio abstracto e ideal, o en todo lo contrario, refugiándose en un cierto organicismo. Ambas arquitecturas han tenido una debilidad en la afirmación de la forma, como indica I. Sola-Morales (8), la primera justificándola desde el funcionalismo, la segunda huyendo de un agotamiento expresivo y buscando el carácter en lo vernáculo, en lo físico, o en la historia. Un carácter que ha sido reclamado desde Diderot reivindicando la capacidad de "ideas accesorias que se despiertan por el lugar" y que en los años centrales del siglo complementan los nuevos recursos expresivos que vienen de lo étnico, con las experiencias que aportan las artes plásticas, provocando un valor a lo expresivo que sobrepasa cualquier otro discurso. Espacio y lugar son los escenarios mentales o físicos, donde se desarrolla una aventura arquitectónica que en cualquier caso intenta no ser estilística y donde la arquitectura se entiende en cualquier caso como particular, bien por su programa, o por el carácter que le imprime el lugar. En la cultura europea Asplund nos acerca al bosque mítico, donde nos sitúa su Capilla, donde se acercan sus casas, y desde allí nos aproxima a los mitos profundos y nos relaciona con la tradición romántica, con la visiones terapéuticas de la naturaleza que proporcionaba C. G. Carus en sus escritos sobre pintura, con la tradición de las siedlungen alemanas integradas en el paisaje. La modernidad alcanza unas cotas inusitadas en su aproximación escandinava al lugar con A. Aalto, pero será una aproximación personal, casi intransferible que se gesta a partir de la idea de lugar formada en la mente del arquitecto, no tanto en la realidad del propio lugar, relación creada por una aproximación poética y fenomenológica. De ahí la imposibilidad de generar escuelas, dogmas, métodos, y como dijo R. Moneo (9) en su artículo " Rey muerto sin rey puesto" coincidente con la muerte del maestro. El organicismo de F. LL. Wright nos ofrece un punto de partida fructífero para la arquitectura al intervenir sobre una naturaleza artificial, en ese territorio creado por los colonos norteamericanos. Construye en un lugar sin contradicciones y sobre un paisaje creado por la agronomía y la máquina. Incluso en su casa de la cascada aparece una arquitectura clara, rotunda, próxima a la afirmación tecnológica. La tradición norteamericana se aproxima desde facetas distintas a la idea de lugar pero en cualquier caso está presente la idea de colonizar, de crear nuevas colonias que a pesar de la proximidad con la tierra, con lo natural, presentan una cierta contraposición entre arquitectura y naturaleza. Esa contraposición que encontramos en las casas californianas de los años 50 de una sociedad que intenta una renovación tras la segunda gran guerra y que a la vez se consideran que viven en un límite, en el extremo oeste, en la nueva frontera hecha realidad, que no quieren mirar en exceso hacia un pasado hispano, ni hacia la europeizada costa este, mirando más quizás hacia el Pacífico, hacia los espacios que ya Wright había experimentado. Así, encontramos patios y casas como la Steel de Q. Jones que retoman desde la cultura de la máquina la sensibilidad de la poesía americana que busca en la naturaleza, o en sus microcosmos, una belleza capaz de ser disfrutada íntimamente. Planos horizontales, espacio que fluye no solo en planta, sino ya en todas las dimensiones, naturaleza englobada dentro del espacio de la casa, patios de gusto oriental, materiales livianos, dejados caer, depositados, sobre una naturaleza inmensa. La arquitectura californiana no es ajena a la tradición europea, pero marca sus diferencias, incluso con arquitectos como R. Neutra que tras su inmersión en la cultura americana define sus casas dentro de esta aproximación a la naturaleza. Sus casas acercan a la tierra, mantienen una presencia positiva de la forma de la casa, y en sus espacios interiores encontramos una caracterización singular, son casas con biografía, con fotos personales, recuerdos de viajes, anécdotas como aquella felicitación donde aparecen las imágenes del matrimonio Eames en una bola de cristal nevando que mandan la pareja a sus amigos unas navidades. Casas como la Kaufmann de R. Neutra en el desierto, donde las luces interiores de las estancias fotografiadas desde el exterior nos muestran la existencia de una vida que se complementa con la figura de una mujer sobre la piscina, en una noche americana sobre el desierto imponente. La consolidación de la idea de lugar como transformación, enlazando de alguna manera con una cierta visión clásica, se consolida a partir de la conocida metáfora del puente de M. Heidegger: "El lugar no existía antes de la construcción del puente..., se origina a partir del puente" marca decididamente el concepto de lugar (10). La frase de A. Siza "los arquitectos no inventan nada, solo transforman la realidad", nos sitúa en las coordenadas de la construcción de un lugar, ese lugar que existe en la mente del arquitecto y se genera de la aprensión de imágenes y sensaciones, de voluntades, de historia, de capacidad plástica de lo existente. Como comenta K. Frampton (11), en ese transformar, cualquier construcción está "topográfica y temporalmente predeterminada", por lo que lo único que podemos hacer es "modificar la esencia de un momento suspendido entre un instante histórico y el siguiente". La idea de transformación está muy presente en la cultura contemporánea, donde el lugar adquiere la condición de motor, de generador de flujos, en una espera que como dice E. Chillida "el lugar esta esperando a ser modificado" La arquitectura y el lugar se configuran como conceptos interrelacionados en la cultura del último medio siglo, aunque podemos encontrar dos niveles distintos de relación, uno a pequeña escala, en el que el lugar aparece como cualidad del espacio interior, con un especial cuidado en la definición de la forma, su materialización, sus texturas, la introducción de la luz, del color, de objetos que dan vida y valor biográfico al espacio. Y otro a gran escala, cuando el lugar se entiende como implantación, como vinculación entre las partes, entre piezas urbanas, territoriales. Cuando el matrimonio Smithson llegan a Inglaterra y comentan su viaje a los Estados Unidos, además de aquella famosa frase de una casa y unas cuantas sillas, hablan sobre las "cosas bonitas" que contenía la casa de los Eames, dicen que incluso la frase la decían en castellano; y es que la casa de Ray y Charles Eames en Santa Mónica, era un lugar con una fuerte carga autobiográfica, era la casa donde habitaban ellos y sus recuerdos, sus fotografías personales, de viajes, sus prototipos de diseño, los objetos de artesanía comprados en sus viajes a Méjico. La casa se convierte así en un lugar existencial, concreto, empírico, definido por unas personas y unas circunstancias, es un lugar en el sentido aristotélico de que "todo cuerpo sensible esta en un lugar" (12). Estamos lejos de las fotografías que presenta Le Corbusier para sus casas, donde no hay una biografía apoyada por objetos personales, son espacios vacíos, porque lo que se pretende es mostrar el espacio, no tanto el lugar. Un pequeño ejemplo de vinculación entre partes, entre lo nuevo y lo existente, en una aproximación a otra escala del lugar, nos lo proporciona el pequeño pabellón que unos años más tarde se construyen los Smithson en Fonthill. El muro y el suelo existentes, entran y salen del espacio del pabellón, de manera que su circunstancia, su existencia, marca la arquitectura. Aparece así un lugar concreto compuesto por una serie de elementos nuevos, otros preexistentes, más los espacios de relación entre ambos, con relaciones mutantes entre interior y exterior, y con una actitud ausente de prejuicios en la relación entre lo nuevo y lo viejo. S. Holl nos dice que "del mismo modo que los relatos mítico -poéticos, los edificios establecen relaciones con la historia, el entorno, la cultura y las pasiones" (13) , y nos propone un diálogo formal y estructurante entre territorios heterogéneos. Su arquitectura define puntos de sutura y crea unos centros de tensión llenos de vida y de intercambio, pero esa arquitectura que tiene la vocación de unir y vincular las cosas, los objetos, los territorios rurales y los urbanos y de convertirlos en lugares, llenarlos de significado, la considera libre de tomar referencias diversas, incluso comenta que por primera vez "los arquitectos podemos asumir referencias, expresiones e ideas que parecían ajenas a la arquitectura" (14). La idea de lugar, en nuestro momento cultural, cada vez se aproxima más a la de núcleos, de focos, de concentraciones de tensión, tomando la forma un valor positivo, autónomo, con presencia definida en el paisaje, y definiéndose la arquitectura como un forma autónoma que se inserta en la naturaleza junto a otros muchos objetos y cosas. El espacio, a su vez, asume las condiciones que ofrece toda una concepción de la apreciación de la forma que considera la movilidad, que no es sólo el espacio dinámico del Guggemheim neoyorquino, o el que presenta Guillermo Vázquez Consuegra para el museo de la Ilustración aquí en Valencia, sino los procesos de aproximación, la percepción fragmentada y sucesiva, como la percepción real, junto a todas aquellas potencias organolépticas que nos pueda ofrecer el cuerpo, apareciendo una arquitectura donde la provisional es ya en sí un valor y donde el movimiento es una alternativa a la tradicional estaticidad de la arquitectura. Nuestra cultura se inserta en una posición que implica una situación de crisis con la naturaleza, crisis que pasa por estadios muy distintos, en los cuales la aparición de conceptos como lugar o no lugar, lleva implícita la necesidad de entender el concepto y la relación entre arquitectura y territorio. Las posturas críticas frente a las conexiones entre la arquitectura y el paisaje, se sitúan dentro de ese "equilibrio precario entre naturaleza y cultura dentro del cual hay que colocar siempre la obra de arte en general", como comenta W. Benjamin (15) 15 W. Benjamin. Discursos Interrumpidos. Madrid 1973 . Con ello, entendemos la aparición de extremos en nuestra cultura, de situaciones que van desde el organicismo-panteísta, hasta el opuesto contemporáneo del agnosticismo-desarraigado, que nos comenta I. Sola-Morales. Facetas todas ellas de la ausencia de una relación feliz entre arquitectura y naturaleza. Los no lugares se han convertido en espacios muy comunes en la experiencia cotidiana, y la cultura arquitectónica hace frente a la existencia de definiciones que transforman la relación del concepto de lugar basado en la tradición etnológica y localizada en el tiempo y en el espacio. De esta manera, Ren Koolhaas nos habla de "amalgamas de flujos y caos urbano", Ignaci Sola se centra en "arquitecturas basadas en transformaciones", y aparecen en ellos conceptos muy distintos a los permanencia y lugar, cultura y lugar, etc. Nuestra cultura ofrece la existencia de no lugares, de no paisajes, dentro de alternativas de "desterritorialización", como comenta G. Deleuze, apareciendo en nuestro paisaje cotidiano arquitecturas inesperadas, sorprendentes, ajenas al lugar, como esos espacios de la sobremodernidad, que comenta H. Ibelings (16), los espacios del transporte, del consumo, del ocio, donde el anonimato, la amnesia y en algunos casos las experiencias próximas a los efectos narcotizantes, adquieren carta de naturaleza. Los espacios mediáticos son otras de las experiencias que se nos ofrecen, espacios en los cuales no es importante el aspecto físico, sino que lo que interesa es aquella neutralidad que sea capaz de configurar interiores modificables, transformables, generados en torno a focos de luz o a sistemas de objetos intercambiables. Y también, a los espacios virtuales, los espacios irreales de creación absoluta de la mente, espacios propios de una civilización cibernética que propone incluso una colonización podríamos decir planetaria, basada en la existencia de estructuras aisladas, de baja densidad, espacios que están marcando fuertemente las relaciones personales y por supuesto el territorio en las sociedades de fuerte implantación de la cultura cibernética. Colonización territorial muy distinta a las tradicionales estructuras urbanas densas y ricas soportadas tradicionalmente en la comunicación física. |
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1.- J. Navarro , "Construir, Habitar. Los dibujos
de Alejandro de la Sota para la urbanización de Alcudia" en "La habitación
Vacante", Gerona, 1999 |